24 sept 2008

say no more


volvé genio... volvé...

Fogwill y los libros de la guerra


cultura
fogwill: entrevista y adelanto exclusivo


“Mi decisión programada era no publicar”

Editorial Mansalva acaba de lanzar “Los libros de la guerra”, un volumen que reúne lo mejor de los artículos que Fogwill publicó en la prensa a lo largo de 25 años. Por su parte, Interzona reedita la novela “En otro orden de cosas”, publicada originalmente en España en 2001 y que llegará a las librerías argentinas en pocos días. En esta entrevista, el escritor revisita la polémica que desató en los 80 al criticar a los organismos de derechos humanos, habla de la pena de muerte y critica al capitalismo, pero dice descreer de los efectos de sus propias intervenciones. Y luego de hacer un diagnóstico sobre los narradores que “están levantando cabeza”, confiesa que se arrepiente de haber publicado sus propios textos.




Por Sonia Budassi


Productividad. Confiesa que no cree que vuelva a producir una nueva obra. “Ya estoy viejo”, repite.


Fogwill no sólo se ocupó de escribir su obra (novelas celebradas como Vivir afuera; algunos de los mejores cuentos de la literatura argentina como Camino, campo, lo que sucede, gente, entre otros). También ganó fama –y, efectos secundarios, calificativos que ya rozan el lugar común– gracias a sus intervenciones críticas y apariciones en la prensa a lo largo de casi 30 años de carrera literaria. Esta vez el encuentro no se produce en una pensión, escenario de tantas entrevistas, sino en “su” cómodo loft. Por el portero eléctrico dice que está hablando por dos teléfonos al mismo tiempo y, amable, justifica la demora. En la puerta, sin remera, habla de los encuentros que precedieron a éste y protesta por sus próximas obligaciones laborales –un compromiso con algún cliente de su consultora–. La internación que padeció hace unos días no afectó su rutina. En una muestra doméstica de la generosidad que le atribuye Fabián Casas, convida Coca-Cola, agua, y pregunta si tenemos hambre.

Editorial Mansalva acaba de reunir sus artículos periodísticos, algunas entrevistas y ensayos en el volumen Los libros de la guerra, que concentra sus ideas más importantes sobre poesía, política y narrativa. Por el momento él habla de yoga, de una “secta de mierda que tiene una técnica buenísima” y de la vecina de enfrente, que ayer se depiló en la ventana. “Madre e hija son lindísimas”, dice con entusiasmo infantil. Si algunos comentarios lo igualan al estereotipo machista –un poco mejorado por el sentido del humor–, a través de sus artículos e incluso del personaje de En otro orden de cosas (Interzona) pueden apreciarse las ideas que solían violentar, sobre todo en la década del 80, al llamado “progresismo biempensante”. Enfocado en las relaciones de poder, la dirección que elige Fogwill para pensar el mundo es, en general, la opuesta al sentido común.

Tregua. Si otro de los clichés alrededor del autor lo señala como enemigo de varios escritores, ahora hace un diagnóstico sin dar nombres. “De los narradores que levantaron cabeza ahora hay de dos clases. Están los que quieren ser Aira y los que quieren no ser Aira. Esos son una manga de mediocres. Esos no quisieran ser como Birmajer, pero como escriben con el mismo objetivo que él, terminan siendo igual de respetados. Y los que quieren ser Aira, si hubieran estado en el Opus Dei, estudiado ocho años Letras sacándose 10, si hubieran traducido libros y hubieran leído todo como leyó Aira, podrían ser Aira. Pero no, no leyeron, no entendieron. Se les nota porque de golpe en cualquier novela meten una reflexión filosófica. Aira hace unas lucidísimas y otras que son burlas, juegos de palabras que te las hace para hacerte creer que está pensando y en realidad está jodiéndote. Estos otros no tienen sentido del humor para joder al lector.”

Intervención. “En Los libros de la guerra había una parva enorme de boludeces que se repiten; saqué más de la mitad.”

—¿No te sentiste tentado a corregir?

—No, porque no estoy de acuerdo con todo lo que puse ahí.

—En una entrevista que te hace Sergio Bizzio en 1985, incluida en el libro, decís que renegás, por ejemplo, de tus críticas a las políticas de derechos humanos. ¿Te arrepentís de eso?

—Tendría que haberlo sabido, hacerlo constar de alguna manera y callar. Guardarlo en una escribanía, un sobre que adentro dijera: vamos a terminar inventando esa mierda como es la señora Bonafini, que es un peligro, que se ha quedado con un pedazo de tierra enorme en la parte más cara de Buenos Aires, la ESMA, y no sabe qué carajo hacer con eso ahora.

—Parece que seguís pensando lo mismo.

—Sí, pero tendría que haberlo dejado en una escribanía, y cuando viniera a verme un boludo periodista decirle que en la escribanía tal está depositada tal cosa que el día que yo quiera lo va a poder abrir. Pero pasa que uno no puede escribir contra Zito Lema o contra Gregorich, o contra esa película de mierda, La historia oficial, o contra la porquería esa de Sabato, la de los partos... ¿cómo es?

—El “Nunca más”.

—Claro, no podés escribir contra eso si no tenés el motivo de demostrar que sos más inteligente que todos esos pelotudos.

—¿No sirve para nada más?

—No.

—¿Entonces por qué lo seguís haciendo?

—Porque soy neurótico. ¿Vos fumás?

—Sí.

—Bueno, vos no pensás en fumar, fumás como una pelotuda. Yo actúo como un pelotudo.

—¿No hay una confianza implícita en los efectos que podés provocar con tus artículos?

—El otro día alguien me decía que yo escribí el canon de la poesía de los 90 y del 2000 en el ’82. Y sí, yo hice un paquete en poesía y hoy ese es el paquete vigente. Y no sabés lo que todo el mundo adoraba en esa época.

—¿A los neorrománticos?

—Sí, pero ellos tenían algo bueno cada tanto. Había cosas peores todavía.

Al rato, hablando también de Saer, Fogwill recitará como un lírico, de memoria, poemas de Alberto Laiseca.

Idea fija. Pero todavía rondamos el mismo tema. ¿Pueden actualizarse las lecturas que hizo Fogwill hace más 20 años con respecto, por ejemplo, a las Madres de Plaza de Mayo?

“Cada vez que se deschava un afano de YPF, que un señor amigo de Kirchner se queda con el 5% de las importaciones a Venezuela, o estas cosas que se saben, encuentran otro asesino”, afirma. “La organización de las Madres es una máquina como todas... 20.000 ex combatientes de Malvinas cobran la pensión, cuando fueron 8.000 a la guerra; la mitad de los alimentos que deberían ir para los pobres se revenden en los negocios de la zona.”

—Eso es histórico...

—Son todas máquinas, por eso. Son instituciones, y en la sociedad capitalista toda institución tiene que funcionar capitalistamente. Entonces necesitás un abogado, y cagaste, y necesitás un dirigente, que tiene esa cosa de pensar que a él le corresponde un poco más. Es lo que se llama militarmente la filosofía del Estado Mayor, que es la siguiente: “Si yo estoy arriesgando mi vida para ellos, que están allá jugando al golf, tengo que tener más plata que ellos”. Entonces cuando llega el Estado Mayor a un lugar, saquea.

—También criticás la política cultural de la dictadura, y decís que se mantuvo en los 80.

—La dictadura fabricó los premios nacionales. Con ese primer decreto de la dictaura, el ministro le dio el premio a su cuñado, que era Gorostiza. El segundo fue para Beatriz Guido; yo la quería mucho a la gorda. Estaban acuñando un poder cultural, ellos dos fueron ejes de la política cultural radical. Gorostiza es inventor del trencito cultural, del que me burlo también en algún artículo. Era peor que Nun.

—¿Y además de los premios?

—Eso no es un aspecto de continuidad. Podría hablarse de la continuidad jurídica, eso sería un valor en definitiva.

—Depende del caso...

—Ese decreto es una mierda. Pero siempre es preferible un decreto de mierda que lo que hizo Lopérfido, que los convirtió en una risa, porque hizo premios nacionales para menores de 30 años. Alfonsín era la continuidad natural de la dictadura. El que no lo veía estaba loco.
Fogwill se autocita; repite, profundiza, suma detalles y argumentos a aquellos famosos artículos sobre la herencia cultural y semántica del Proceso: “Alfonsín representó, como radical, un poder real muy fuerte, que también tuvieron Duhalde en su momento y Kirchner, que es el poder de los 500 intendentes radicales. Videla, cuando asumió, borró de los municipios al peronismo y les puso intendentes radicales. Fue una medida muy astuta. Algunos fueron buenos intendentes, siempre entre todos hay alguien que sirve. Pero eso va generando una coyuntura; vos nombrás al intendente, nombrás al basurero, al asesor, vas y comprás cosas, circula plata que sirve para mantener al partido. Alfonsín no hizo nada para cortar eso. ¿Por qué no lo hizo? Porque la única solución que había en ese momento era la ley del olvido, pacificar el país, mientras había una política de derechos humanos. Mi idea era que lo irreversible sea irreversible. Hay cosas que no se pueden recuperar. Pero las Madres en ese momento inventaron la consigna ‘Aparición con vida’, como si estuvieran en una isla. No se podía hacerlos aparecer con vida. Es como que vos me robes 500 pesos y te los gastes en el boliche y después yo te diga: ¡quiero que aparezca la plata! Pero esa plata ya no está. Entonces dame otra cosa a cambio. El tema era empezar a ver estas fortunas de estos caballeros de la industria que tiraron a Isabel. Y no la tiraron porque ella tuviera la Tripe A, ni fuera una loca, sino porque representaba un paquete de conquistas sociales que se habían restablecido con Lanusse y con Cámpora. Y no es que la tiró una sola empresa, sino un bloque. En vez de decir ‘Aparición con vida’, yo diría: ‘Redistribución de la guita’. Ahora, meter presos a esos viejitos no me cambia en nada. Más en un país estúpido, sin pena de muerte.”

—¿Desde qué lugar defendés la pena de muerte?

—Desde lo que es: una proyección al orden institucional de mis sentimientos y de los tuyos. Si te hubieran violado y pasado el sida, seguro querrías matar al que lo hizo.

—La legislación está para actuar de manera racional, regular las pasiones.

—Claro, pero el actuar de manera racional construyó un mundo de funcionamiento irracional. Actuando todos de manera racional produjimos todos este quilombo de consumo, guerra inútil, explotación de pueblos enteros, genocidios permanentes.

—Volvés a intervenir a favor...

—No soy político. Y no lo soy porque sé adonde marcha todo esto rápidamente: hacia el neolítico. Porque la propia dinámica de este malentendido social va hacia la destrucción. La otra noche, en los barrios del estado de Florida, la gente sentía que era el fin del mundo. Cuando se acaba la electricidad se acaba el mundo; se acaba Internet, se acaba la distribución de alimentos, que está todo manejado desde la Web, que funciona con electricidad. Y en Florida cagaron 6 usinas nucleares al mismo tiempo. Entramos en un orden de interdependencia y encarajinamiento e irresponsabilidad moral; en una sociedad atea no hay moral, y nadie va a ir a las causas que pueden provocar este tipo de cosas.

—¿Qué causas?

—La concentración, y no se puede ir en contra de ella. Y nadie quiere ir contra el consumo.

—¿Siempre tuviste esa visión apocalíptica?

—Cuando digo que vamos hacia el neolítico, es una visión paradisíaca. Se va a perder la obra de Borges y La Gioconda; sin tecnología no pueden mantenerse, es cierto. Pero van a aparecer otras cosas.

—¿Como cuáles, si hablás de un retroceso?

—¿Vos viste las pinturas de Altamira, las canciones de los pigmeos, el álgebra que está en juego en esa música? Eso es como una Gioconda. Las artes primitivas son mucho más complejas que la confección de cualquiera de esas películas de mierda de Scorsese.

Habla de Mansilla y los ranqueles; dice que “Los ingleses les enseñaban a tomar whisky, por eso estaban en pedo. Cuando tomaban chicha, no quedaban tumbados de borrachos”. Productos como el tabaco, dice, no provocarían adicción de no ser por el capitalista al que se le ocurrió almacenar productos estacionales.

“Apocalíptico es pensar que hay que hacer crecer el ingreso para que los pobres tengan más, porque van a tener sólo un poquito más y el poder capitalista va a ser mucho mayor.”

—¿Y vos no estás en una máquina editorial?

—Sí, pero nunca transé con ella ocultando mi denuncia a esa máquina. Que no es la boludez de la Cámara del Libro de protestar contra las multinacionales. Yo tengo editores multinacionales y nacionales. Mi experiencia con los nacionales fue siempre peor.

—¿Por qué?

—Porque las multinacionales son prolijas, y no pueden bancarse un escándalo en su país. Lo primero que te seduce del capitalista inglés es esa cosa caballeresca, el tiempo lento, la falta de guarangada, el cumplimiento estricto de la palabra. Es todo una farsa, lo sé, y si les dejamos profundizar la cosa terminamos como los hindúes o los chinos, llenos de opio; pero mientras no estén seguros, no te van a poner de esclavos. En cambio, el capitalista salvaje argentino fraudulento te va a pagar peor, te va a mentir y humillar más.

—Volviendo a la relación entre Estado y cultura, hace poco escribiste en contra de la jubilación para escritores.

—Escribí a favor de la jubilación para todos. Pero como no da el sistema para que sea así, ¿por qué hay que pagarles a estos atorrantes que escribieron tres libros malos y que son los que presentaron el proyecto?

—O sea que a otros sí habría que pagarles.

—Hoy en día, a Ricardo Zelarrayán, por ejemplo.

—¿Sentís que tus intervenciones críticas siguen generando el mismo impacto que en los 80?

—No. En los 80 yo escribía en la ventana crítica del país, que era El Porteño. Hoy no hay algo como eso. Estamos en la conspiración del ruido. ¿Dónde vas a escribir? ¿Como se va a percibir una crítica mía hoy a Kirchner o a De Vido si yo no sé si criticando a De Vido no estoy trabajando para los intereses de Cristina, por ejemplo, o de Eurnekian? No sé a quién sirvo, primero. Segundo, los medios críticos ya son máquinas de criticar. Entonces, entre tanto ruido, tanta crítica, que yo critique la gestión de Nun o de Lombardi, ¿qué sentido tiene si en ese mismo aparato crítico están criticando todo, están diciendo que Cristina no va al trabajo, que Kirchner ganó 12 millones de dólares en un año...? En aquel momento, la gente que quería tener línea iba a leer El Porteño. Hoy la gente que quiere lo mismo no sabe qué leer.

—¿Fue una decisión programada hacer tu ingreso en la literatura con poesía y cuentos, y luego afianzarte como novelista?

—No, mi decisión programada era no publicar. Pero me agarró una calentura, no sé muy bien qué, y publiqué. No tendría que haberlo hecho. Tendría que haber guardado todo.


“Si no me sintiera un ciudadano no podría escribir”

“Yo laburo mucho, un promedio de 10 horas por día, en cosas que no tienen nada que ver con la literatura. O sí, son ficción, pero no literaria. Si no laburara, no me sentiría un ciudadano y no podría escibir. Eso por una parte. Por otra, lo que más me caga de la literatura es el status literario; el establishment por una parte, las peleas por otra.”

—Pero te metés vos en las peleas.

—Lo hago porque me molesta la fealdad. Y después la demanda. Te engatuza el editor español, cuando por dos dólares llegabas a Ezeiza y te ofrecía cinco lucas verdes no le podías decir que no. Entonces te atrapaba y te hacía creer que eras importante y empezabas a escribir un poco para la demanda esa, y te podés ir a la mierda.

—¿Te pasa seguido?

—Me pasa permanentemente.

—¿Y por qué reeditás “En otro orden de cosas”?

—Porque estos guachos ya perdieron los derechos, ahora son míos. Yo tengo todos los derechos de toda mi obra. Si vos me pagás ahora te dejo editar Los libros de la guerra.

—No creo que lo hayas hecho por plata.

—No, ni mamado. Ojo, soy amigo de los dueños de la editorial, ponele. Y les vendí un libro que no quiero publicar.

—¿Te preocupan las lecturas que se puedan hacer acá de “En otro orden...”?

—Leo las críticas, las colecciono y las pongo en la Web para que se vea lo loca que está la gente. La gente escribe siempre lo mismo, a favor o en contra.

—¿Lo mismo sobre tu obra?

—No, leen su espejismo mental.

—Leerían ahora, por ejemplo, lo autobiográfico, que parece como una moda en los diarios.

—Claro, y eso lo denuncio ahora, porque está instalado en la academia hace 30 años. No se por qué carajo ahora lo ven como novedad.

—El personaje de la novela se pregunta por lo que los otros dan por supuesto.

—Escuchando la forma en que lo decís, lo que es seguro es que el personaje, huyendo de ese pasado siniestro de la pareja, va a hacer la revolucion. Y la revolución lo deja solo. Quería hablar de eso; a mí la revolución me dejó solo. Tenía cinco, siete amigos, todos desaparecidos. Mi mejor amigo –bah, no sé si creo mucho en la amistad–, que fue el secretario del Partido Comunista Marxista-Leninista, fue uno de los últimos desaparecidos que hubo. Tuve otro que fue uno de los primeros desaparecidos de Videla. En un momento había una mesa adonde yo me sentaba y en la que no había nadie. No había con quien hablar. Y los tipos de derechos humanos que contacté en ese momento eran de esos católicos místicos que no me interesaban para nada.

—¿Qué rescatás de la militancia?

—Nada. Era una cagada. Porque yo era muy malo. Porque no sirvo. ¿Vos me ves a mí militando, de empleado o de casado? Son tres cosas que me salieron siempre como el orto.

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Divorcio: ¿una espera que desespera?
Por Fogwill*


(...) Max Weber, a principios de siglo, aprobaba el divorcio, sin embargo, jamás se divorció. Tenía una esposa –famosa– llamada Mariane Weber, que compartía sus opiniones, su lecho y sus finas preferencias musicales. A la muerte de Weber habrá que imputar la falta de una interpretación razonable de la institución del divorcio, que es un dispositivo tendiente a multiplicar la monogamia habilitando para su ejercicio a las personas que una o más veces han dado pruebas de no estar en condiciones de tolerarla. Por varias razones, la mayoría de los argentinos se inclina a favor de la nueva ley. Las encuestas tabulan que un setenta y pico de católicos y un ochenta y otro pico de no católicos se sienten a favor del divorcio. Sensibles, los legisladores se han hecho eco del sentir mayoritario y ya se han pronunciado en la Cámara, incluyendo en la lista de oradores a uno que para fundamentar su voto a favor de la ley dio cuenta de los abundantes motivos que lo inclinan en contra del divorcio. El ánimo popular se reflejó en la desobediencia con que padres de alumnos de escuelas religiosas respondieron al llamado eclesiástico. Es curioso: la misma Iglesia que suele reunir centenares de miles de almas dispuestas a sobreponerse a los llamados de sus cuerpos imponiéndoles una penosa marcha a pie de cincuenta kilómetros, no pudo conseguir ni cien mil padres dispuestos a subir a un micro o a bajar de un subte, para hacer una pasada de media hora por el acto de Plaza de Mayo y darle el gusto a sus obispos. El cómputo de los votos en el Parlamento permitirá estimar el estado de los recursos de lobbyng de la jerarquía. Mientras el cómputo de las encuestas y de la obediencia de la grey prueba que es hora de remozar las concepciones de marketing y jubilar a los equipos que tan mal condujeron la gestión. La indiferencia pública, mayor que la que registraba frente a otros temas políticos plebiscitados como los de los traslados de la Capital y de la titularidad del dominio de las islas del Beagle, es consecuencia de las cuatro posibles relaciones que la gente tiene con el divorcio, determinadas, a su vez, por sus relaciones con el matrimonio. Los solteros y los viudos, por su parte, saben muy bien que la ley los ha excluido –con o sin justicia– de sus posibles beneficiarios. Los casados que lo son, en tanto no está a su alcance optar al beneficio legal, tampoco podrían manifestar su entusiasmo sin disponerse a revisar cosas que es preferible postergar. (...)

*Fragmento de Los libros de la guerra, gentileza Editorial Mansalva.
Nota publicada en el diario Perfil