7 nov 2008

La Crónica de Lobo Antunes

Dos más dos cuatro es una pared

Son las once y siete de la noche, levanto la cabeza hacia la ventana de la cocina y veo, repetido en el cristal, a un hombre que escribe sentado a la mesa, con una de sus manos en el papel y la otra en la frente. En la encimera, naranjas, frascos transparentes que brillan, un frasco oscuro entre los frascos transparentes

(¿qué tendrá dentro?)

y a mi alrededor y a través de mí luces de casas, árboles negros, la lluvia que multiplica los movimientos y les cambia el color, ora azules, ora amarillos, ora casi rojos. Ahora es la mano que sujeta la pluma la que recorre la frente con los dedos, despacito. Vuelvo a escribir y el hombre escribe también. Yo escribo esto. Él, aunque me imite en todo, juraría que escribe cualquier otra cosa. ¿Qué? Poniéndome en su lugar, supongo que imagina que soy yo quien escribe cualquier otra cosa. Probablemente, ninguno de nosotros escribe esto. Probablemente ambos escribimos cualquier otra cosa. ¿Cuántos seré?

Automóviles en el viaducto, con faros que se duplican en el asfalto mojado. Los faros de los automóviles, redondos; los faros en el asfalto húmedo, alargados. Me rasco la cabeza, el hombre se rasca la cabeza. Intento no mirarlo.

No sé si os parecerá extraño lo que voy a decir, pero hay momentos en que siento junto a mí a las personas que han muerto. Un peso de presencias como cuando sabemos, por un pálpito, en la espalda, que nos observan al pasar. Nos volvemos y es verdad: ahí hay una cara fija en nosotros que se desvía enseguida. La cara de un extraño o de una extraña que no volveremos a encontrar. Hay momentos en que da la impresión de que las cosas repiten mi nombre. ¿Qué harán las personas que han muerto cuando no están conmigo? ¿Cómo logran adivinar que estoy aquí?

Cuando una persona escribe, todo se vuelve tan extraño: caminamos solos en un desierto de voces, de recuerdos que no nos pertenecen, de deseos ajenos. Dos más dos no da cuatro, da veintidós. Dostoievski afirmaba que dos más dos cuatro es una pared. Cuando una persona escribe, se instala en ella otra lógica que nos asusta. Al dejar el trabajo para el día siguiente, se tarda en volver al mundo de los otros, donde hay grifos, impuestos y periódicos. En el tejado frontero al mío, un gato bajo la lluvia. Acaba encontrando refugio junto al canalón.

Dentro de poco acabo esto, junto los folios y me levanto. Los golpeo sobre la mesa para emparejarlos. El António Lobo Antunes del reflejo golpea los suyos en el cristal para emparejarlos. Cuando se publique la crónica, ¿cuál de las nuestras saldrá?

Doce de la noche y diecinueve en el reloj redondo. Hoy, el viento ha sacudido los árboles toda la tarde. Un mendigo viejo y una gitana con su hijo en brazos pedían limosna junto a un semáforo. El marido de la gitana echó al viejo. El viejo se acuclilló bajo la arcada de un edificio rezongando. Usaba una chaqueta sorprendente, a mitad de camino entre el oficial de Marina y el portero. Y pantalones galoneados. En una de las rodillas un remiendo con una tela diferente. Botas destrozadas. Un anillo en el pulgar. El marido de la gitana, en cambio, tenía una dignidad de embajador asirio. Los conductores de los automóviles ante quienes se inclinaban podrían ser sus criados. La gitana con el hijo en brazos desentonaba al lado de esta pareja de aristócratas: delgaducha, fea, con un defecto en el labio. El agua se le escurría del pelo, de la nariz, de la frente. Si siguiese lloviendo, las facciones se le escurrirían también y quedaría vacía. El viejo navegante fumaba como quien bebe zumos con pajita, hacía caer la ceniza con la uña veterana. Comienzo a luchar contra el sueño para acabar este texto. Es el reflejo el que abre la boca, no yo. Además, se parece cada vez menos a mí, me hace acordar al individuo con el que me encuentro por la mañana lavándose los dientes, todo párpados y sin afeitar, observándose a duras penas o instalándose en el bidé, sin quitarse el pijama, con la intención de seguir durmiendo. Abro la ducha para despabilarlo: allí está él, de pie detrás de la cortina, mirando el jabón y preguntándose

-¿Para qué sirve esto?

El jabón resbala en la bañera. Intenta cogerlo con el pie, atraerlo hasta el borde sin dejarlo caer, en una operación laboriosa. El jabón se asemeja a un caramelo gigante. Pensándolo bien, tal vez sería mejor publicar la crónica del hombre reflejado en la ventana de la cocina. Ninguno de los dos repara en el otro, él allá y yo aquí, imitándonos. Cuál de los dos entregó la moneda a la gitana que ni siquiera dio las gracias, la escondió luego en una especie de chal y salió de carrerilla bajo la lluvia hasta la marquesina de la parada del autobús donde un señor con gabardina fingió no verla, preocupado por una mancha en la manga, frotando, frotándola. En la encimera de la cocina, naranjas, frascos transparentes que brillan. No sé por qué motivo hay una rosa en un vaso. Medio seca, pobre, las hojas del tallo pálidas, los pétalos que poco a poco se ennegrecen. La cabeza de la rosa va inclinándose, inclinándose, acercándose a la mía. Ya no huele. Ningún automóvil en la calle. El gato ha desaparecido. Me llevo los folios y, al llegar a la puerta, me doy cuenta de que el hombre del reflejo sigue escribiendo. Publiquen su crónica y tiren ésta. De todos modos, no llegaré a terminarla.

António Lobo Antunes
27/05/2006

http://www.elpais.com/articulo/semana/pared/elpepuculbab/20060527elpbabese_14/Tes

24 sept 2008

say no more


volvé genio... volvé...

Fogwill y los libros de la guerra


cultura
fogwill: entrevista y adelanto exclusivo


“Mi decisión programada era no publicar”

Editorial Mansalva acaba de lanzar “Los libros de la guerra”, un volumen que reúne lo mejor de los artículos que Fogwill publicó en la prensa a lo largo de 25 años. Por su parte, Interzona reedita la novela “En otro orden de cosas”, publicada originalmente en España en 2001 y que llegará a las librerías argentinas en pocos días. En esta entrevista, el escritor revisita la polémica que desató en los 80 al criticar a los organismos de derechos humanos, habla de la pena de muerte y critica al capitalismo, pero dice descreer de los efectos de sus propias intervenciones. Y luego de hacer un diagnóstico sobre los narradores que “están levantando cabeza”, confiesa que se arrepiente de haber publicado sus propios textos.




Por Sonia Budassi


Productividad. Confiesa que no cree que vuelva a producir una nueva obra. “Ya estoy viejo”, repite.


Fogwill no sólo se ocupó de escribir su obra (novelas celebradas como Vivir afuera; algunos de los mejores cuentos de la literatura argentina como Camino, campo, lo que sucede, gente, entre otros). También ganó fama –y, efectos secundarios, calificativos que ya rozan el lugar común– gracias a sus intervenciones críticas y apariciones en la prensa a lo largo de casi 30 años de carrera literaria. Esta vez el encuentro no se produce en una pensión, escenario de tantas entrevistas, sino en “su” cómodo loft. Por el portero eléctrico dice que está hablando por dos teléfonos al mismo tiempo y, amable, justifica la demora. En la puerta, sin remera, habla de los encuentros que precedieron a éste y protesta por sus próximas obligaciones laborales –un compromiso con algún cliente de su consultora–. La internación que padeció hace unos días no afectó su rutina. En una muestra doméstica de la generosidad que le atribuye Fabián Casas, convida Coca-Cola, agua, y pregunta si tenemos hambre.

Editorial Mansalva acaba de reunir sus artículos periodísticos, algunas entrevistas y ensayos en el volumen Los libros de la guerra, que concentra sus ideas más importantes sobre poesía, política y narrativa. Por el momento él habla de yoga, de una “secta de mierda que tiene una técnica buenísima” y de la vecina de enfrente, que ayer se depiló en la ventana. “Madre e hija son lindísimas”, dice con entusiasmo infantil. Si algunos comentarios lo igualan al estereotipo machista –un poco mejorado por el sentido del humor–, a través de sus artículos e incluso del personaje de En otro orden de cosas (Interzona) pueden apreciarse las ideas que solían violentar, sobre todo en la década del 80, al llamado “progresismo biempensante”. Enfocado en las relaciones de poder, la dirección que elige Fogwill para pensar el mundo es, en general, la opuesta al sentido común.

Tregua. Si otro de los clichés alrededor del autor lo señala como enemigo de varios escritores, ahora hace un diagnóstico sin dar nombres. “De los narradores que levantaron cabeza ahora hay de dos clases. Están los que quieren ser Aira y los que quieren no ser Aira. Esos son una manga de mediocres. Esos no quisieran ser como Birmajer, pero como escriben con el mismo objetivo que él, terminan siendo igual de respetados. Y los que quieren ser Aira, si hubieran estado en el Opus Dei, estudiado ocho años Letras sacándose 10, si hubieran traducido libros y hubieran leído todo como leyó Aira, podrían ser Aira. Pero no, no leyeron, no entendieron. Se les nota porque de golpe en cualquier novela meten una reflexión filosófica. Aira hace unas lucidísimas y otras que son burlas, juegos de palabras que te las hace para hacerte creer que está pensando y en realidad está jodiéndote. Estos otros no tienen sentido del humor para joder al lector.”

Intervención. “En Los libros de la guerra había una parva enorme de boludeces que se repiten; saqué más de la mitad.”

—¿No te sentiste tentado a corregir?

—No, porque no estoy de acuerdo con todo lo que puse ahí.

—En una entrevista que te hace Sergio Bizzio en 1985, incluida en el libro, decís que renegás, por ejemplo, de tus críticas a las políticas de derechos humanos. ¿Te arrepentís de eso?

—Tendría que haberlo sabido, hacerlo constar de alguna manera y callar. Guardarlo en una escribanía, un sobre que adentro dijera: vamos a terminar inventando esa mierda como es la señora Bonafini, que es un peligro, que se ha quedado con un pedazo de tierra enorme en la parte más cara de Buenos Aires, la ESMA, y no sabe qué carajo hacer con eso ahora.

—Parece que seguís pensando lo mismo.

—Sí, pero tendría que haberlo dejado en una escribanía, y cuando viniera a verme un boludo periodista decirle que en la escribanía tal está depositada tal cosa que el día que yo quiera lo va a poder abrir. Pero pasa que uno no puede escribir contra Zito Lema o contra Gregorich, o contra esa película de mierda, La historia oficial, o contra la porquería esa de Sabato, la de los partos... ¿cómo es?

—El “Nunca más”.

—Claro, no podés escribir contra eso si no tenés el motivo de demostrar que sos más inteligente que todos esos pelotudos.

—¿No sirve para nada más?

—No.

—¿Entonces por qué lo seguís haciendo?

—Porque soy neurótico. ¿Vos fumás?

—Sí.

—Bueno, vos no pensás en fumar, fumás como una pelotuda. Yo actúo como un pelotudo.

—¿No hay una confianza implícita en los efectos que podés provocar con tus artículos?

—El otro día alguien me decía que yo escribí el canon de la poesía de los 90 y del 2000 en el ’82. Y sí, yo hice un paquete en poesía y hoy ese es el paquete vigente. Y no sabés lo que todo el mundo adoraba en esa época.

—¿A los neorrománticos?

—Sí, pero ellos tenían algo bueno cada tanto. Había cosas peores todavía.

Al rato, hablando también de Saer, Fogwill recitará como un lírico, de memoria, poemas de Alberto Laiseca.

Idea fija. Pero todavía rondamos el mismo tema. ¿Pueden actualizarse las lecturas que hizo Fogwill hace más 20 años con respecto, por ejemplo, a las Madres de Plaza de Mayo?

“Cada vez que se deschava un afano de YPF, que un señor amigo de Kirchner se queda con el 5% de las importaciones a Venezuela, o estas cosas que se saben, encuentran otro asesino”, afirma. “La organización de las Madres es una máquina como todas... 20.000 ex combatientes de Malvinas cobran la pensión, cuando fueron 8.000 a la guerra; la mitad de los alimentos que deberían ir para los pobres se revenden en los negocios de la zona.”

—Eso es histórico...

—Son todas máquinas, por eso. Son instituciones, y en la sociedad capitalista toda institución tiene que funcionar capitalistamente. Entonces necesitás un abogado, y cagaste, y necesitás un dirigente, que tiene esa cosa de pensar que a él le corresponde un poco más. Es lo que se llama militarmente la filosofía del Estado Mayor, que es la siguiente: “Si yo estoy arriesgando mi vida para ellos, que están allá jugando al golf, tengo que tener más plata que ellos”. Entonces cuando llega el Estado Mayor a un lugar, saquea.

—También criticás la política cultural de la dictadura, y decís que se mantuvo en los 80.

—La dictadura fabricó los premios nacionales. Con ese primer decreto de la dictaura, el ministro le dio el premio a su cuñado, que era Gorostiza. El segundo fue para Beatriz Guido; yo la quería mucho a la gorda. Estaban acuñando un poder cultural, ellos dos fueron ejes de la política cultural radical. Gorostiza es inventor del trencito cultural, del que me burlo también en algún artículo. Era peor que Nun.

—¿Y además de los premios?

—Eso no es un aspecto de continuidad. Podría hablarse de la continuidad jurídica, eso sería un valor en definitiva.

—Depende del caso...

—Ese decreto es una mierda. Pero siempre es preferible un decreto de mierda que lo que hizo Lopérfido, que los convirtió en una risa, porque hizo premios nacionales para menores de 30 años. Alfonsín era la continuidad natural de la dictadura. El que no lo veía estaba loco.
Fogwill se autocita; repite, profundiza, suma detalles y argumentos a aquellos famosos artículos sobre la herencia cultural y semántica del Proceso: “Alfonsín representó, como radical, un poder real muy fuerte, que también tuvieron Duhalde en su momento y Kirchner, que es el poder de los 500 intendentes radicales. Videla, cuando asumió, borró de los municipios al peronismo y les puso intendentes radicales. Fue una medida muy astuta. Algunos fueron buenos intendentes, siempre entre todos hay alguien que sirve. Pero eso va generando una coyuntura; vos nombrás al intendente, nombrás al basurero, al asesor, vas y comprás cosas, circula plata que sirve para mantener al partido. Alfonsín no hizo nada para cortar eso. ¿Por qué no lo hizo? Porque la única solución que había en ese momento era la ley del olvido, pacificar el país, mientras había una política de derechos humanos. Mi idea era que lo irreversible sea irreversible. Hay cosas que no se pueden recuperar. Pero las Madres en ese momento inventaron la consigna ‘Aparición con vida’, como si estuvieran en una isla. No se podía hacerlos aparecer con vida. Es como que vos me robes 500 pesos y te los gastes en el boliche y después yo te diga: ¡quiero que aparezca la plata! Pero esa plata ya no está. Entonces dame otra cosa a cambio. El tema era empezar a ver estas fortunas de estos caballeros de la industria que tiraron a Isabel. Y no la tiraron porque ella tuviera la Tripe A, ni fuera una loca, sino porque representaba un paquete de conquistas sociales que se habían restablecido con Lanusse y con Cámpora. Y no es que la tiró una sola empresa, sino un bloque. En vez de decir ‘Aparición con vida’, yo diría: ‘Redistribución de la guita’. Ahora, meter presos a esos viejitos no me cambia en nada. Más en un país estúpido, sin pena de muerte.”

—¿Desde qué lugar defendés la pena de muerte?

—Desde lo que es: una proyección al orden institucional de mis sentimientos y de los tuyos. Si te hubieran violado y pasado el sida, seguro querrías matar al que lo hizo.

—La legislación está para actuar de manera racional, regular las pasiones.

—Claro, pero el actuar de manera racional construyó un mundo de funcionamiento irracional. Actuando todos de manera racional produjimos todos este quilombo de consumo, guerra inútil, explotación de pueblos enteros, genocidios permanentes.

—Volvés a intervenir a favor...

—No soy político. Y no lo soy porque sé adonde marcha todo esto rápidamente: hacia el neolítico. Porque la propia dinámica de este malentendido social va hacia la destrucción. La otra noche, en los barrios del estado de Florida, la gente sentía que era el fin del mundo. Cuando se acaba la electricidad se acaba el mundo; se acaba Internet, se acaba la distribución de alimentos, que está todo manejado desde la Web, que funciona con electricidad. Y en Florida cagaron 6 usinas nucleares al mismo tiempo. Entramos en un orden de interdependencia y encarajinamiento e irresponsabilidad moral; en una sociedad atea no hay moral, y nadie va a ir a las causas que pueden provocar este tipo de cosas.

—¿Qué causas?

—La concentración, y no se puede ir en contra de ella. Y nadie quiere ir contra el consumo.

—¿Siempre tuviste esa visión apocalíptica?

—Cuando digo que vamos hacia el neolítico, es una visión paradisíaca. Se va a perder la obra de Borges y La Gioconda; sin tecnología no pueden mantenerse, es cierto. Pero van a aparecer otras cosas.

—¿Como cuáles, si hablás de un retroceso?

—¿Vos viste las pinturas de Altamira, las canciones de los pigmeos, el álgebra que está en juego en esa música? Eso es como una Gioconda. Las artes primitivas son mucho más complejas que la confección de cualquiera de esas películas de mierda de Scorsese.

Habla de Mansilla y los ranqueles; dice que “Los ingleses les enseñaban a tomar whisky, por eso estaban en pedo. Cuando tomaban chicha, no quedaban tumbados de borrachos”. Productos como el tabaco, dice, no provocarían adicción de no ser por el capitalista al que se le ocurrió almacenar productos estacionales.

“Apocalíptico es pensar que hay que hacer crecer el ingreso para que los pobres tengan más, porque van a tener sólo un poquito más y el poder capitalista va a ser mucho mayor.”

—¿Y vos no estás en una máquina editorial?

—Sí, pero nunca transé con ella ocultando mi denuncia a esa máquina. Que no es la boludez de la Cámara del Libro de protestar contra las multinacionales. Yo tengo editores multinacionales y nacionales. Mi experiencia con los nacionales fue siempre peor.

—¿Por qué?

—Porque las multinacionales son prolijas, y no pueden bancarse un escándalo en su país. Lo primero que te seduce del capitalista inglés es esa cosa caballeresca, el tiempo lento, la falta de guarangada, el cumplimiento estricto de la palabra. Es todo una farsa, lo sé, y si les dejamos profundizar la cosa terminamos como los hindúes o los chinos, llenos de opio; pero mientras no estén seguros, no te van a poner de esclavos. En cambio, el capitalista salvaje argentino fraudulento te va a pagar peor, te va a mentir y humillar más.

—Volviendo a la relación entre Estado y cultura, hace poco escribiste en contra de la jubilación para escritores.

—Escribí a favor de la jubilación para todos. Pero como no da el sistema para que sea así, ¿por qué hay que pagarles a estos atorrantes que escribieron tres libros malos y que son los que presentaron el proyecto?

—O sea que a otros sí habría que pagarles.

—Hoy en día, a Ricardo Zelarrayán, por ejemplo.

—¿Sentís que tus intervenciones críticas siguen generando el mismo impacto que en los 80?

—No. En los 80 yo escribía en la ventana crítica del país, que era El Porteño. Hoy no hay algo como eso. Estamos en la conspiración del ruido. ¿Dónde vas a escribir? ¿Como se va a percibir una crítica mía hoy a Kirchner o a De Vido si yo no sé si criticando a De Vido no estoy trabajando para los intereses de Cristina, por ejemplo, o de Eurnekian? No sé a quién sirvo, primero. Segundo, los medios críticos ya son máquinas de criticar. Entonces, entre tanto ruido, tanta crítica, que yo critique la gestión de Nun o de Lombardi, ¿qué sentido tiene si en ese mismo aparato crítico están criticando todo, están diciendo que Cristina no va al trabajo, que Kirchner ganó 12 millones de dólares en un año...? En aquel momento, la gente que quería tener línea iba a leer El Porteño. Hoy la gente que quiere lo mismo no sabe qué leer.

—¿Fue una decisión programada hacer tu ingreso en la literatura con poesía y cuentos, y luego afianzarte como novelista?

—No, mi decisión programada era no publicar. Pero me agarró una calentura, no sé muy bien qué, y publiqué. No tendría que haberlo hecho. Tendría que haber guardado todo.


“Si no me sintiera un ciudadano no podría escribir”

“Yo laburo mucho, un promedio de 10 horas por día, en cosas que no tienen nada que ver con la literatura. O sí, son ficción, pero no literaria. Si no laburara, no me sentiría un ciudadano y no podría escibir. Eso por una parte. Por otra, lo que más me caga de la literatura es el status literario; el establishment por una parte, las peleas por otra.”

—Pero te metés vos en las peleas.

—Lo hago porque me molesta la fealdad. Y después la demanda. Te engatuza el editor español, cuando por dos dólares llegabas a Ezeiza y te ofrecía cinco lucas verdes no le podías decir que no. Entonces te atrapaba y te hacía creer que eras importante y empezabas a escribir un poco para la demanda esa, y te podés ir a la mierda.

—¿Te pasa seguido?

—Me pasa permanentemente.

—¿Y por qué reeditás “En otro orden de cosas”?

—Porque estos guachos ya perdieron los derechos, ahora son míos. Yo tengo todos los derechos de toda mi obra. Si vos me pagás ahora te dejo editar Los libros de la guerra.

—No creo que lo hayas hecho por plata.

—No, ni mamado. Ojo, soy amigo de los dueños de la editorial, ponele. Y les vendí un libro que no quiero publicar.

—¿Te preocupan las lecturas que se puedan hacer acá de “En otro orden...”?

—Leo las críticas, las colecciono y las pongo en la Web para que se vea lo loca que está la gente. La gente escribe siempre lo mismo, a favor o en contra.

—¿Lo mismo sobre tu obra?

—No, leen su espejismo mental.

—Leerían ahora, por ejemplo, lo autobiográfico, que parece como una moda en los diarios.

—Claro, y eso lo denuncio ahora, porque está instalado en la academia hace 30 años. No se por qué carajo ahora lo ven como novedad.

—El personaje de la novela se pregunta por lo que los otros dan por supuesto.

—Escuchando la forma en que lo decís, lo que es seguro es que el personaje, huyendo de ese pasado siniestro de la pareja, va a hacer la revolucion. Y la revolución lo deja solo. Quería hablar de eso; a mí la revolución me dejó solo. Tenía cinco, siete amigos, todos desaparecidos. Mi mejor amigo –bah, no sé si creo mucho en la amistad–, que fue el secretario del Partido Comunista Marxista-Leninista, fue uno de los últimos desaparecidos que hubo. Tuve otro que fue uno de los primeros desaparecidos de Videla. En un momento había una mesa adonde yo me sentaba y en la que no había nadie. No había con quien hablar. Y los tipos de derechos humanos que contacté en ese momento eran de esos católicos místicos que no me interesaban para nada.

—¿Qué rescatás de la militancia?

—Nada. Era una cagada. Porque yo era muy malo. Porque no sirvo. ¿Vos me ves a mí militando, de empleado o de casado? Son tres cosas que me salieron siempre como el orto.

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Divorcio: ¿una espera que desespera?
Por Fogwill*


(...) Max Weber, a principios de siglo, aprobaba el divorcio, sin embargo, jamás se divorció. Tenía una esposa –famosa– llamada Mariane Weber, que compartía sus opiniones, su lecho y sus finas preferencias musicales. A la muerte de Weber habrá que imputar la falta de una interpretación razonable de la institución del divorcio, que es un dispositivo tendiente a multiplicar la monogamia habilitando para su ejercicio a las personas que una o más veces han dado pruebas de no estar en condiciones de tolerarla. Por varias razones, la mayoría de los argentinos se inclina a favor de la nueva ley. Las encuestas tabulan que un setenta y pico de católicos y un ochenta y otro pico de no católicos se sienten a favor del divorcio. Sensibles, los legisladores se han hecho eco del sentir mayoritario y ya se han pronunciado en la Cámara, incluyendo en la lista de oradores a uno que para fundamentar su voto a favor de la ley dio cuenta de los abundantes motivos que lo inclinan en contra del divorcio. El ánimo popular se reflejó en la desobediencia con que padres de alumnos de escuelas religiosas respondieron al llamado eclesiástico. Es curioso: la misma Iglesia que suele reunir centenares de miles de almas dispuestas a sobreponerse a los llamados de sus cuerpos imponiéndoles una penosa marcha a pie de cincuenta kilómetros, no pudo conseguir ni cien mil padres dispuestos a subir a un micro o a bajar de un subte, para hacer una pasada de media hora por el acto de Plaza de Mayo y darle el gusto a sus obispos. El cómputo de los votos en el Parlamento permitirá estimar el estado de los recursos de lobbyng de la jerarquía. Mientras el cómputo de las encuestas y de la obediencia de la grey prueba que es hora de remozar las concepciones de marketing y jubilar a los equipos que tan mal condujeron la gestión. La indiferencia pública, mayor que la que registraba frente a otros temas políticos plebiscitados como los de los traslados de la Capital y de la titularidad del dominio de las islas del Beagle, es consecuencia de las cuatro posibles relaciones que la gente tiene con el divorcio, determinadas, a su vez, por sus relaciones con el matrimonio. Los solteros y los viudos, por su parte, saben muy bien que la ley los ha excluido –con o sin justicia– de sus posibles beneficiarios. Los casados que lo son, en tanto no está a su alcance optar al beneficio legal, tampoco podrían manifestar su entusiasmo sin disponerse a revisar cosas que es preferible postergar. (...)

*Fragmento de Los libros de la guerra, gentileza Editorial Mansalva.
Nota publicada en el diario Perfil


26 ago 2008

viceisnice

Hoy es un día especial, bah, especial lo que se dice es-pe-cial no, más bien raro, no sé bien por qué, pero sé que no fue un día muy normal. En realidad ya no debería decir “hoy” porque lo que llamo hoy fue ayer, pero como para mí ayer sigue siendo hoy dado que todavía no pasé la noche de ayer porque la noche de ayer sería estar durmiendo en este mismo momento, pongamos que hablo de Junín y de ayer pero hoy, ¿trato?
Hoy pero ayer desayuné con el almuerzo y con la Chiqui Legrand, (sí, sí, ya sé, me estoy levantando tarde) acto seguido: me podían pasar dos cosas; que el desayuno-almuerzo me caiga mal porque me molesta escuchar más de diez segundos a la vedette de los almuerzos y me podía llegar a quedar atravesada la comida en la garganta o que el invitado de Mirta sea Fernando Peña y que por primera vez en mis veintidós años, no me moleste escuchar a la viuda de Tinayre un programa entero sin fastidiarme e incluso, prestando atención a sus comentarios bobitos. Me la banqué y hasta creo que no merezco mentirme, lo ví venir, más de una vez, durante esa comida, fui felíz. Peña dice cosas que me hacen bien. Ver a Peña me gusta. Escucharlo me gusta. Oir a Peña durante un almuerzo, está bueno, como Buenos Aires. Peña me entusiasma. Peña me sensibiliza. Y me gusta que alguien me provoque eso. Una persona que se autodefine como “trabajador de la palabra en todas sus manifestaciones”, me gusta. Un muchacho como yo, digamos, que vive simplemente.
Después de Peña, me quedé sola en casa, momento emotivo en el aire ya: sola y en casa, o sea que tenía un par de caminos por transitar, al estilo elige tu propia aventura…, para elegir: una merecida siestona, viendo y considerando que era mi último jueves de las vacaciones de invierno antes de volver a la ciudad de la furia, a la facultad de la furia y a la gente con furia (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, amiguitos, sí, sí; Universidad de Buenos Aires, sí, sí, compañeros; y porteños, queridos, sí, sí), una siesta en mi hermosa camita grande, no venía nada mal, pero había un sol muy grande como para esconderme de él en la cama y no fui por ese lado; la segunda opción era mirar un rato latele, literalmente, mirar un rato latele, estudiarla, sus botones, sus opciones de menú, su sonido y por ahí, hasta ahí, sólo eso puedo hacer con latele desde hace tiempo, con suerte, encontrar en la pila de mi hermano algún dvd que valga la pena, pero no, el sol seguía estando muy lindo afuera para eso, y eran las tres y veinticocho de la tarde ya, cuando no da, no da. Mis amigas estaban todas, pero todas, estudiando, justo tengo tanta suerte, que hay un sol hermoso y todas rinden la semana que viene, que vendría a ser algo así como que se caiga el cielo de la tormenta, tener tres películas buenísimas para ver, pero que el reproductor de dvd o que la cassettera (palabra ochentosa si las hay) no funquen y lo que es peor, te enteres en ese mismo momento, después de estirar tus piernas entre el sillón y la mesa ratona que tenés ahí. Bajonazo, el sol seguía firme ahí afuera. Y yo sola, y acá adentro. También podía ponerme en posición pro-estudio como aquellas otras, pero tampoco daba ponerme a leer la bibliografía que todavía no empecé a leer a conciencia para el parcial que tengo de Taller2 la semana que viene, eso de hacer algo a conciencia, justo hoy, no daba tampoco. Y menos teniendo en cuenta que siento que me anoté en una cátedra aburridísima (casi como el programa de la Chiqui cuando tiene invitados como Susana Rocasalvo u Osvaldo Laport) de la cual tengo pensado desaparecer, borrarme, darme de baja, pronto. En fin, problemas académicos que resolveré en el ámbito facultativo (¿existe ese término?) la semana que le sigue a esta, o sea la que viene, cuando ya mis hermosas vacaciones de invierno hayan concluido y no tenga otra cosa que hacer que ir a luchar contra la mujer simpatiquísima del Departamento de Alumnos de la Sede Parque Centenario, una rubia teñida, morrudita, que lo que menos tiene es cara de “¿Me entendiste? Sino, te explico otra vez” o “Volvé todas las veces que sea necesario”. Y la última opción, la más acertada, la que finalmente elegí, fue ducharme, poner música a fondo y hacer lo mismo que hago todas las noches aparte de tratar de conquistar el mundo, pensar y repensar, mientras escucho esa música que considero saludable, cuál sería la banda sonora de mi vida, de mis días, de ese momento.
Entre las tantas preguntas que me vivo preguntando, ésa, la de mi banda sonora, es una que me hago siempre y que nunca nadie me hizo, cuál sería la banda sonora de mi vida. Mmmm, creo que es tan difícil de responder para mí, pero para muchos debe ser fácil. Por ejemplo Charly García, él sí que supo tomarse muy enserio esa pregunta, aunque dudo de que alguien alguna vez se la haya cuestionado, o por ahí, de tan genio que es, él mismo supo planteársela, de lo que estoy segura es que supo responderla demasiado bien. Ésa es la música con la que quiero que empiece mi cidi con la música de mi vida. Track 1: El Amor Espera – Intérprete: Charly García & Say No More! En ese momento terminaba de ducharme y ahí volví a comprender que la música es el vicio que me hace más felíz. Vice is Nice! And no more.-

8 ago 2008

No woman, no cry


“Abre los ojos, Romeo y Julieta no eran de este planeta”, me decía mi abuela cuando yo me ponía triste porque Mili de Chiquititas no concretaba nunca su súper historia de amor con Javier.
Después crecí y me fui dando cuenta que en las novelas las únicas que la pasaban bien eran Andrea del Boca, Soledad Silveyra -hasta ahí eh, hasta ahí, pasarla bien con Osvaldo Laport no sé si realmente es pasarla bien- y Luisa Kuliok, que de extraña dama tenía todo porque era la única que la pasaba realmente mal, sufría sufría y sufría, pero siempre terminaba felíz. Ciega monja, sorda, muda, todo, pero llegaba al final como los Ingalls, corriendo por el campo con un indio, ah, no, ésa era Grecia Colmenares. Me cansé de eso, de la novelita con happy ending. Y descubrí el cine, hasta que conocí a Ana Katz, una mujer que sabe reflejar el sentir de las mujeres pero desde el punto de vista que más me gusta: reírnos delicadamente de nosotras mismas, llorar en serio, reír de verdad, vivir, aunque siempre parezca que se va a derrumbar todo en un segundo. Lo trágico de la mujer pero reflejado inmensamente bien en el cine.
El Juego de la Silla (2002) y Una Novia Errante (2007), son los dos largometrajes que separo del nuevo cine nacional en esta ocasión. Los ojos de Katz tienen una forma de mirar la realidad bastante particular. En la película de la novia que erra todo el tiempo y no pega una, la cuestión se resume en pocas palabras: Inés y Miguel-amor-ómnibus-Mar de las Pampas-playa- mucho viento-Inés sola-pierde a Daniel-camina por el bosque-conoce nuevos amigos transitorios o no tanto-lágrimas-soledad-teléfono-contestador-mensajes (muchos)-inestabilidad; todo da igual a unas frustradas vacaciones románticas que lo único que tienen de romántico es el lugar y la forma en que elige pasarla Inés. Y en El Juego de la Silla, la cuestión viene por otro lado, pero se sintetiza en: una familia, Los Lujine que, sin el padre, esperan que su hijo mayor vuelva por dos días a Buenos Aires y que lógicamente, aparte de cantar y guitarrear pésimo la canción “Parado en el medio de la vida”, juegan al juego de la silla y terminan todos llorando. Llorando, Katz en las dos películas se la pasa un tiempo llorando, y vuelvo a Celeste siempre Celeste y me acuerdo que estamos hablando de cuestiones femeninas, llorar es una de las cuestiones femeninas vitales más importantes. Los ojos hinchados de Inés y la cara de tristeza de Laura, son un resumen de los dos estados más interpretados por la mujer en la historia universal. Está bien, claro, la mujer también ríe, canta, vive, baila, lava, plancha, cría hijos, planta un árbol, va de compras, va al cine a ver el reflejo de su propia vida, llama ochenta veces al mismo teléfono para que le expliquen por qué no la quieren atender, corta, deja mensajes, extraña, no extraña, es insegura aunque por momentos aparenta seguridad, puede ser presidenta, tiene gente lejos que quiere tener cerca, tiene gente cerca que preferiría tenerla lejos, nunca termina de abordar el mundo de forma adulta, vive ilusionada, cree en la Barbie y lo que es peor, en Ken también, pero se conforma con un Facundo Arana (¿Porqué? No sé), vive con pasión, pero por sobre todo, como lo condensa la dulce mamá de Laura en el film de la silla: “Una está enamorada del amor” y punto. Y ahí está la mujer, sola, buscando algo, intentando encontrarlo, pero lejos de concretar la búsqueda. De todas las relaciones humanas, y de todas las vidas y sexos posibles que tiene hoy el hombre, la mujer creo que es la única que realmente siempre habla de corazón cuando dice “Te quiero hasta el fin del mundo”, porque realmente es así, la mujer no exagera, ama. Como la canción que habla de estar parado en el medio de la vida lo expresa, la mujer vive parada en el medio de la vida, eligiendo siempre qué ruta va a elegir transitar cada mañana, pero así aunque no sea saludable, aunque sufra, vive y ya.
La mujer, cualquier mujer, es un personaje completamente expuesto al amor, entregado. Porque después de una ruptura amorosa, de cualquier tipo, de madre, de novia, de hermana, de prima, de tía, de vecina, de amiga; a la mujer le cuesta aceptar la realidad tal cual es, y prefiere seguir manteniendo una ilusión ciega, completamente ciega, o que elige no ver, en cuestiones de amor, la mujer a veces un poco exagera, pero siempre prefiere inconscientemente, sufrir un poco. Como lo dijo Charly, cuando tocaba esos tiernos temas con Serú Girán, y como Laura que prefirió arruinarlos con su guitarra: “Con los ojos cerrados me ves mejor”. La mujer vive parada en el medio de la vida, y eso la hacer ser así, tan esencial, tan especial. La mujer vive esperando para recibir amor, y sabe que el hombre también es un poco como ella, el alma, los ojos, sus manos, son igual a Inés, a Laura, a mí y a tu mamá también. La mujer es básica, pero no por eso fácil de abordar y menos cuando hablamos de amor.
Y después de haber katziado toda una semana, voy al médico y le canto esa canción que me canto siempre y que me enseñaron unos tipos pequeñitos, los tipitos: “Doctor no sé, esos duendes volverán hoy (...) Diga lo que se le ocurra, pero no que el amor no tiene cura”.

18 jul 2008

EL INDEF

ÍNDICES INTERESANTES... y sobre todo, muy ciertos...

El 87,1% de las veces que se dice “no me llegó tu mail” es mentira.

El 75,8% de la gente que está durmiendo y atiende el teléfono, ante la pregunta “¿dormías?” responde que no.

El 13,2% de la caja de Garotos es considerada “desperdicio”.

Si al subir al ascensor hay una persona más que lo permitido según el cartelito, hay un 82,4% de probabilidades de que alguien diga “subamos, igual somos todos flacos”.

En la actualidad, el 89,42% de los reencuentros con compañeros de colegio se deben al Feisbuc.

El 93% de las fiestas sorpresa no son sorpresa, y el 7% restante no son fiesta.

Al 91,8% de los plomeros se les ve la raya del culo.

El 100% de los basureros saben chiflar.




Todavía hay Blogs buenos...
http://www.criticadigital.com/fumado/

Bien por Diego De La F. =)

5 jul 2008

En el camino

Con lápices que llegaría a comerse, en pedazos de papel que también servirían para parar la hemorragia de una herida, nutrido de una biblioteca escondida en una cueva, en los altos de marchas fatigosas, el Che Guevara llevó siempre un diario (luego conocidos como Diario de motocicleta, Pasajes de la guerra revolucionaria, El diario del Che en Bolivia, Diario del Congo). En ellos, consignó su prehistoria revolucionaria, cifró esa pulsión por el camino que lo emparienta con los beats norteamericanos, registró el rigor con que comandaba a sus hombres y hasta sembró claves que hoy, con los resultados a la vista, podrían tentar a leer en ellos profecías de un destino ineludible. Pero sobre todo, registran una vocación que –a diferencia de Walsh– no está reñida con el revolucionario y revelan a un escritor que marcha hacia la muerte en una gesta contra el imperialismo pero también contra el imaginario del oficinista de Kafka y del ingeniero de Sartre.

Por María Moreno

Leer los diarios de alguien que ya no existe puede convertir en canalla. Invita a aprovecharse de servidas asociaciones y de los acontecimientos que el azar propone como encadenados para leer en el principio las profecías de un destino cuyo final se conoce de antemano. Por ejemplo, al leer los diarios del Che Guevara (Notas de viaje, diario de motocicleta, Pasajes de la guerra revolucionaria, El diario del Che en Bolivia, Diario del Congo) tienta trazar una curva entre el episodio en que éste narra cómo se vio obligado a descargar su diarrea desde lo alto de su alojamiento en Temuco sobre los duraznos que alguien había puesto a secar sobre unas chapas más abajo y que cataloga “como un error de apreciación” en el primer diario, y aquel en que registra preocupado: “Salimos 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos que no tiene casas cerca” en el último, cuando ya ha escrito que la radio chilena ha anunciado que son 1800 hombres los que lo buscan, y así suponer un derrotero cuajado de errores de apreciación. O, menos gravemente, tienta mostrar el aprendizaje que va de matar un perro viejo en Nahuel Huapi al confundirlo con un tigre a matar a un soldado en Sierra Maestra en donde la condición de médico del agresor le hizo constatar la eficacia de su disparo que partió el corazón de la víctima provocándole una muerte, por rápida, menos dolorosa. ¿Cómo no sonreírse con módica suspicacia al leer que el objetivo del primer viaje por Latinoamérica es “países lejanos, hechos heroicos, mujeres bonitas”, o escuchar con oído lacaneano en el “Thu Che” de ecos vietnamitas con que Guevara se autobautiza para firmar alguna carta a su mujer, Aleida March, el touché del caído en duelo? Pero es el Che mismo el que nos ha puesto esas emboscadas, ya que se ha ocupado en cada texto de organizar cada escena de su vida invertida en su formación de guerrero ejemplar con un celo igualmente ejemplar. El camino de la revolución que sugiere en Pasajes de la guerra revolucionaria, en su diario de Bolivia, está lleno de chapucerías de las que él es el primero en culparse: luego de capturar su primera gorra de soldado batistiano, se la ha puesto, contento, casi provocando una ráfaga de su propia vanguardia; de acuerdo a lo que recuerda de una novela, agrega agua de mar en la ración de una cantimplora y la hace intragable; guía a sus hombres hacia Sierra Maestra bajo la Estrella Polar, sólo que... no es la Estrella Polar. El camino de la justicia estaría tapizado por las injusticias: fusilar al dudoso de haber incurrido en los tres delitos capitales de la guerrilla, la insubordinación, la deserción y el derrotismo; castigar negándole sus próximas raciones al que, hambriento, ha robado una lata de leche condensada; ejecutar a un perro que no para de ladrar. Las opciones pueden ser graves: por ejemplo durante una retirada, entre la mochila de la medicina y la caja de balas. (Che elegirá la de balas, ¿de haber hecho lo contrario se habría convertido en un Dr. House?) Luego están las penurias naturales como la yaguesa, el jején, el mariqui, el mosquito y la garrapata que saben sacar sangre sin disparar un solo tiro, las cotidianas que obligan a beberse la orina o a recoger agua con la bombita de un nebulizador antiasmático en los bordes del yuyo llamado “dientes de perro” para distribuirla en el ocular de una mirilla telescópica en una suerte de versión inversa de la multiplicación cristiana de los panes y los peces, muy evocadora de la vida de santos como Santa Catalina de Siena que se alimentaba –y sin adelgazar un solo gramo– de la ostia diaria de la comunión. La revolución está hecha sobre el lance de que un campesino lleno de miedo y que entra en acción por obediencia o debido a una provisoria sugestión retórica, pueda resistirse a la tentación del bandidaje o de volver a la inercia del despojado. “De Davides que no entienden bien –escribe Che– y de Banderas que murieron sin ver la aurora”.

Su prehistoria del revolucionario se establece con la visita del joven médico y de un amigo a esas ciudades míticas y aisladas por el tabú de contacto: el leprosario: “La gente que está a cargo de él cumple una labor callada y benéfica, el estado general es desastroso, en un pequeño reducto de menos de media manzana del cual dos tercios corresponden a la parte enferma, transcurre la vida de estos condenados que en número de treinta y uno ven pasar su vida, viendo llegar la muerte (por lo menos eso pienso) con indiferencia”. Antes de aspirar a liberar a los proletarios del mundo, Che aspira a liberar al otro, precisamente de ser otro; curarlo es menos mejorar sus condiciones de vida que reconocerlo, escucharlo, tocarlo, ver en él a un hombre. En El último lector, cuando Ricardo Piglia hace el retrato del Che lo asocia a Lucio V. Mansilla y a Victoria Ocampo por el uso de una lengua que simula, en su naturalidad inventada, un efecto oral. Y el Che que visita leprosarios y convive con los enfermos (“Después algunos vinieron a despedirse personalmente y en más de uno se juntaron lágrimas cuando nos agradecían ese poco de vida que les habíamos dado, estrechándoles la mano, aceptando sus regalitos y sentándonos entre ellos a mirar un partido de futbol”) no deja de recordar la escena de Una excursión a los indios ranqueles en que el coronel personaje levanta en brazos, ante la tribu aterrada, el cuerpo infectado de viruela del indio Linconao y, antes de subirlo a un carro que lo llevará a su propia casa para curarlo, se lo acerca al rostro –sede mítica de la espiritualidad y de los cinco sentidos– soportando el efecto que describe como de “lima envenenada”. Para Che, como para Mansilla, el acceso al hombre a quien el mundo no reconoce la categoría de tal comienza por la prueba de su roce. En esa primera identificación antiburguesa a una vida peligrosa de leprólogo no debe estar ausente la figura del doctor Schweitzer que, en un sentido muy distinto, se pasó al otro seguido por las cámaras de la revista Life y ganó el Premio Nobel de la Paz un año antes de que el Che partiera con su amigo Granados en motocicleta por los caminos de Latinoamérica. Y si a Piglia no se le escapa que en ese Che primerizo la pulsión del camino tiene la marca de la de los escritores beats de su época, es válido reconocer en esos escritos de puño y letra llamados diarios, bajo la forma de una insistente contabilidad de bajas y de alimentos, de armas ganadas y perdidas, de prisioneros y de traidores, un resto de enumeración caótica a lo Aullido de Ginsberg.

Claro que fuera de los contextos de época, conocidos los precios y vencidas las épicas, ¿como no sobresaltarse con esa serie de horrores pormenorizados que incluyen el casi forzar a la mujer de un mecánico durante un baile –ella cae al suelo en una confusa escena presenciada por el marido–, el ventajeo con el título de médico, la bravata petitera de intentar robarse unos vinos durante una comida a la que ha sido invitado, narrados en Diario de motocicleta, y luego, ya en Sierra Maestra, con la educación por el insulto y la provocación machista que pone a los guerrilleros en el brete de desear la muerte antes de ser degradados –uno, en efecto, se suicida luego de perder el rango y el Che, previa una explicación pedagógica, le niega honores militares: “Tuvimos un pequeño incidente debido a mi oposición a que le rindieran honores militares, ya que los combatientes entendían que era uno más caído y nosotros argumentábamos que suicidarse en unas condiciones como las nuestras era un acto repudiable, independientemente de las buenas cualidades del compañero”–. Y entonces queda la duda entre si ese Che que organiza las escenas para su propio mito es de una sinceridad ejemplar y por eso no evita aquello que podría poner en cuestión la ejemplaridad de su figura, o cree de verdad en el valor aleccionador de los hechos que cuenta. En todo caso, no hay mayor déspota que el que se exige a sí mismo rigores mayores que los que ordena.

Claro que luego de leer los textos teóricos que han puesto en cuestión la identidad entre literatura del yo y experiencia no nos es permitida ya esa lectura ardiente y literal con que, en los años ’60, fascinados por esa retórica que primero desnudaba a una revolución en el poder y luego un fallo trágico, saltábamos sobre los hechos pasando por alto las operaciones de un escritor.


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-4685-2008-07-05.html

26 jun 2008

atentado contra la libertad de expresión


El día lunes 23 de junio por la mañana, esta radio del oeste del Gran Buenos Aires y que se encarga de difundir la cultura independiente fue víctima de un allanamiento bajo la figura de secuestro preventivo.

Tres funcionarios de la Comisión Nacional de Comunicaciones junto con la Policía Federal irrumpieron en la radio y se llevaron nuestros equipos de transmisión que nos permiten salir al aire todos los días, amparándose en la arcaica ley de Radiodifusión de la última dictadura militar que aún sigue vigente.

Ayudanos a comunicar e informar este atentado contra la libertad de expresión.

FM FREEWAY 94.5 por ahora transmitiendo solo en internet en http://www.freewayrock.com.ar . Hasta que recuperemos el derecho constitucional de ejercer la comunicación independiente.

Adhesiones al 4 443 6858 o en el foro de la radio.
FREEWAYROCK 94.5 LA RADIO DEL ROCK INDEPENDIENTE.
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LA PATRIA DE LAS MOSCAS
lunes a viernes 18 a 19:30 hs
al aire en el oeste: FM Freeway 94.5 mthz.
en vivo en México: http://www.hambreradio.com

va.la.pe.1

Porque a veces hay cosas para leer por ahí que sí va.len la. pe.na...

Re-pensar el periodismo...

La conversación

Sospecho que las cosas que importan no salen en los diarios o, peor, que lo que importa es precisamente lo que no sale en los diarios. ¿Vos qué opinás?

El jueves primero de julio de 1858, hace casi siglo y medio, un científico módicamente prestigioso –o sea: conocido por sus veinte colegas de una ciencia en pañales– presentó en la Linnean Society de Londres un trabajo sobre cómo evolucionaban los seres vivos o, mejor: sobre su hipótesis de que esos seres no habían sido creados por Dios tal como son sino que habían ido cambiando, buscando sus maneras.

Charles Darwin pensaba, por supuesto, asistir a su propia conferencia, pero uno de sus hijos se murió de escarlatina, y su artículo inaugural fue leído en su ausencia. El evento no tuvo gran repercusión. Al día siguiente, los diarios londinenses hablaban de la cabalgata de la reina Victoria, la presentación de una imagen del presidente de Estados Unidos en el museo de cera de madame Tussaud y la llegada de un barco que había tardado sólo once días en cruzar el mar desde Nueva York, pero no decía una palabra sobre el artículo de Darwin. Ni los diarios del viernes, el sábado, el domingo. A fin de año, en la revista anual de la Linnean Society, su presidente escribió que “este año no se ha visto marcado por ninguno de esos descubrimientos que revolucionan su rama de la ciencia…”: un visionario. Tiempo después, millones empezaron a entender que la teoría darwiniana de la evolución cambiaría para siempre la forma en que nos pensamos como hombres. Pero su presentación nunca salió en los diarios.

Tiempo después, millones empezaron a entender que la teoría darwiniana de la evolución cambiaría para siempre la forma en que nos pensamos como hombres. Pero su presentación nunca salió en los diarios.

–¿Y usted qué se esperaba, mi estimado?

–No sé, cómo decirle. ¿Que le acertemos alguna vez, de vez en cuando?

Suelo sospechar que las cosas que importan no salen en los diarios o, peor: que las cosas que importan son las que no salen en los diarios.

La procesión de ejemplos sería interminable y jubilosa. Recuerdo otro primero de julio, 1948, también jueves, otra historia de ciencias: cuando el editor de la sección Radio del New York Times le encargó a uno de sus periodistas 82 palabras –exactamente la cantidad que lleva este párrafo desde que empezó con las palabras “suelo sospechar”– para contar –ya van 87– que el día anterior Ralph Brown, director de los laboratorios Bell, había presentado un invento cuyo nombre también era un invento. “Lo llamamos transistor –una abreviatura de transference resistor– porque es un dispositivo semiconductor que puede amplificar las señales eléctricas que transfiere”, dijo. Fueron, insisto, 82 palabras. Este párrafo ya usó 140.

El punto es que seguimos mirando hacia donde no vale la pena o, mejor: seguimos sin mirar adonde sí. Todo, en principio, por el gran mito de la actualidad: a veces creo que no hay nada peor para la información que el mito de la actualidad. La actualidad parece un dato “objetivo”, una parte decisiva de la realidad. Pero está claro que es una construcción de los medios para que el público consuma: el público la compra, la cree, y termina por pedirla. Entonces los medios pasan a tener la excusa mercantil perfecta: es lo que nuestro público quiere, por eso se lo damos.

La actualidad está hecha, sobre todo, de lo que hacen los ricos o famosos o futbolistas o tetonas o políticos –o las diversas combinaciones de estos elementos. Y de lo que nos pasa a los demás cuando nos pasan cosas tremebundas: asaltos, tsunamis, accidentes, hambrunas, sextillizos. La mayoría de las personas sólo aparece en los medios cuando les pasa algo espantoso. Ésa es la diferencia decisiva: los ricos y tetones hacen; a los demás, nos pasan cosas.

La actualidad, como toda construcción, depende de sus constructores: los que van y la deciden cada día. La actualidad sigue –suele seguir, excepto en Crítica de la Argentina, por supuesto– determinadas reglas: que sea fácil de consumir, que muestre blancos y negros bien marcados, que no requiera grandes reflexiones, que impacte, que emocione barato, que no cuestione cierto orden, que se venda.

La actualidad no sabe –o no quiere– contar nuestras vidas. Y nos ha convencido de que lo que importa, lo que sí define nuestras vidas, es ella. La operación está completa: nos hablan de algo lejano, que en general no podemos modificar, y nos convencen de que eso es lo que realmente nos importa.

Ni siquiera es mala fe –quiero decir: ni siquiera siempre es mala fe-, a veces es sólo esa incapacidadde ver que nos viene de la costumbre de mirar “la actualidad”. Pero sería increíble aprender a contar lo demás, lo que se nos escapa, esos fenómenos que, dentro de cien años, alguien va a recordar.

(–¿Qué nombre me decís, Critina? ¿Critina qué, Critina cómo?

–No, querido, era Cristina, una mujer que fue eso que eran entonces, “prescidente” creo que se decía, o proboscidio, no me acuerdo, de una de las partes del continente, más al Sur.

–¿Una mujer? ¿Era de cuando todavía existían hombres y mujeres?

Pensó Yak y cerró los ojos para cortar la comunicación mental con su prim@ Sili en la base saturna. Nuncaentendía por qué ell@ le hablaba de esas cosas.)

Es cierto: no es fácil descubrirlos. Y es más probable que se nos escapen a nosotros, periodistas, tan vasallos del diario trajinar, tan esclavos del tiempo tirano y el espacio autócrata opresor. Por eso quería pedirles a ustedes, lectores, eminencias, que se dejen de putear barato en internet y lo usen (www.criticadigital.com) para un casi juego: ¿qué cuestiones, qué historias, qué temas más allá de la llamada actualidad les parece que habría que contar en estos días? ¿Qué nos estamos perdiendo y deberíamos saber? ¿De qué vale la pena hablar?

Martín Caparrós
Crítica de la Argentina -26.06.08-Contratapa

http://www.criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=6418

6 jun 2008

Era un 5 batallador...

Un amigo me acaba de pasar esta nota, interesante...

Gracias Lely! =)

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"El Che era un 5 batallador"

Jugó al golf, al rugby, la rompió como ajedrecista y también se animó con la redonda. El Comandante, según su amigo Granado, no descolló como futbolista... ¡pero cómo metía!


Estatua, revolucionario, ícono pop, comandante, remera, ajedrecista, wing de rugby, golfista, arquero tipo Amadeo, ciclista, nadador y domador del Amazonas, fan de Gatica, cinco batallador, rosarino, argentino, cubano, del mundo, un hombre, un gran hombre, el Che. Nació hace 80 años (14 de junio de 1928) bajo el nombre de Ernesto Guevara de la Serna. Y hoy es todo eso. Y mucho más. "El se merece la estatua. Porque el Che, Martí, Sarmiento, San Martín, Bolívar, toda esa gente que ha luchado y hasta muerto por un futuro mejor, se la merece. No sé si le habría gustado, je, porque esas cosas, a él... Pero me pone contento porque, al final, los buenos triunfan", dice Alberto Granado, 85 años, casi medio siglo en Cuba, donde aún reside. Intimo de Guevara, llegó a la Argentina para el homenaje por el 80° aniversario del nacimiento del mítico Che. Pocos compartieron tanto con Guevara como él, compañero del primer viaje a través de América Latina en la famosa moto La Poderosa. La película Diarios de Motocicleta retrató la aventura que ayudó a moldear el futuro de Guevara. Y ese temple de hierro también lo empezó a forjar a través del deporte:("El Pelao (así lo llamaba de pibe) era un hombre deportista, le encantaba".

-¿Y qué practicaba?-

-De todo. Cuando lo conocí, él tenía 14 años. El primer deporte que practicamos juntos fue el fútbol.

-¿Jugaba bien al fútbol?-

-Mmmm... Como en todas las cosas de la vida, era muy tenaz. En ese tiempo, si vos querías anular a un jugador contrario, lo ponías a él y Ernesto lo perseguía por todos lados. Le decíamos Yácono, por el petiso de River (NdeR: Norberto, half derecho de La Máquina). El Che te marcaba y era una estampilla. Pero no tenía un juego vistoso ni elegante, eh... Era un 5 batallador... Y en el arco usaba un estilo tipo Amadeo Carrizo, salía mucho del área, y al principio lo querían matar. Era muy arriesgado. Más tarde empezamos a jugar al rugby. Yo era hooker y a él lo pusimos de wing y otras veces veces de medio scrum, conmigo de apertura... El deporte nos unía. Muchas veces nos juntábamos a hablar de táctica, de rugby y de fútbol.

-¿Tenía algún futbolista predilecto?-

-Tenía de ídolo al Chueco García, un wing izquierdo de Central y de la Selección. Y otro al que quería mucho era el Torito (Waldino) Aguirre (NdeR: N° 10 de Central).

-¿Era hincha de Central?-

-Nunca me lo dijo, pero era de Central... Casualmente hace poco vino un grupo de argentinos por mi casa, hinchas de Central. Y me trajeron un recuerdo de aquel gol de palomita...

-El de Aldo Poy-

-Sí. Y, la verdad, mucho no me gustó, porque es como un símbolo de la desunión, ponerse contento porque el otro perdió. Se lo dije a un hincha de Newell's que también me visitó y estuvo de acuerdo. El Che es para todos.

-¿Hablaban de fútbol?-

-Por ahí nos poníamos a recordar equipos. ¿Te acordás cómo formaba Atlanta en ese año? Cosas así. Era como una competencia, a ver quién sabía más.

-Es decir que el Che sabía de fútbol-

-¡Sí! Leía mucho El Gráfico, La Cancha, la revista Racing...

-¿Alguna vez fueron a la cancha juntos?-

-Sí. Recuerdo que vimos nada menos que Millonarios (Colombia) contra el Real Madrid. Y dos veces, una de ellas en España.

-Entonces el Che vio jugar a Di Stéfano.-

-Claro. Y recuerdo una anécdota. Ernesto era de mirar el partido callado. Y vos sabés que había un gallego al lado nuestro que, bueno, ese día le estaban dando un baile bárbaro al Real Madrid, jugaba Antonio Báez (NdeR: crack argentino que deslumbró en Platense) y lo tenía loco a Muñoz, que era un half de ellos, y el gallego grita: "¡Rómpelo!". Y el Che se da vuelta y le dice: "Eh, si tanto te gusta la sangre, ¿por qué no vas a ver a los toros?".

-¿El tuvo algún ídolo?-

-A Ernesto le gustaba el Chino (Oscar) Pita (NdeR: gran peso welter de los 50), porque era rosarino. Le encantaba el boxeo. En Córdoba íbamos a los festivales... Y más de grande iba al Luna Park. A Ernesto le gustaba Gatica, aunque yo le tenía un poco de bronca, me parecía medio payaso. Yo era de Prada.

-¿Qué otro deporte hizo?-

-Nadaba muy bien y eso que daba el handicap del asma. Fijate que cruzó el Amazonas nadando, el desgraciado. Ese fue uno de los momentos más duros de mi vida, porque... ¿sabés lo que es tirarte en un lugar que está lleno de pirañas, de serpientes? El ajedrez le encantaba. Jugaba muy bien. Cuando triunfó la revolución, dijo que Cuba iba a formar grandes campeones. "Vamos a empezar a darles clase a los muchachos", se entusiasmaba. Y efectivamente, Cuba ya tiene más grandes maestros que varios países latinoamericanos. El participó de varios campeonatos en el Ministerio de Industria.

-¿Qué anécdota recuerda de sus años de rugbier?-

-Cuando le tomé la prueba para entrar al equipo de rugby. Viene Ernesto y le digo que lo vamos a cuidar por lo del asma, que el rugby le va a hacer bien, pero que para entrar al equipo había que hacer un examen de ingreso. ¿Cuál? Puse un palo de escoba sobre dos sillas, le di la camiseta con hombreras y le pedí que saltara sobre el palo y cayera con el hombro. Perfecto, dijo. Y el saltó una vez, dos, tres, y si no le digo que pare me hace un hueco en el pasto. Por ese tiempo nació el apodo Fuser, así lo llamaba yo. Pasa que a Ernesto, en los entrenamientos, le gustaba decir mientras corría: "¡Acá va el furibundo Serna!". Yo lo abrevié Fuser.

-¿Y del Che arquero qué recuerda?-

-¿Saben la del penal atajado? El tema es que cuando salimos del leprosario, en la balsa, encallamos en un lugar... Ya habíamos pasado Leticia, Colombia, llegamos y no sabíamos qué hacer. Y nos propusimos como entrenadores de fútbol. Je, el hecho de ser argentinos nos ayudaba, "algo deben saber si son argentinos", pensaban. Entrenamos a un equipo y un día se hizo un campeonato relámpago. Y el Pelao fue al arco. Empatamos y lo definimos por penales. El atajó uno, pero el nuestro tiró los tres penales afuera, ja.

-Si tuviera que resaltar una sola cualidad del Che, ¿cuál sería?-

-Dos: su incapacidad para mentir y su capacidad de trabajo. No mentía nunca.

-¿Qué lo conmovía?-

-Casi todo, era muy sensible. Yo digo que eso es lo que lo mató a él... Mejor dicho, él iba a morir en la lucha, siempre lo supuse, así que no lo mató nada... Pero cuando iba con el grupo de guerrilleros en Bolivia, había cinco que no podían ni caminar, enfermísimos. Y él, por no dejarlos y evitar que llegara el Ejército boliviano y los torturara, los llevaba consigo...

Granado sonríe. Se lo nota feliz. "Si vos querés dormir tranquilo pensando que ningún chico en Cuba se acostará sin comer, para que te alcance para todos por ahí tenes que bajar tu ración de porotos", dice. Y nos deja pensando. Y nos deja la frase postrera. "Muchachos, ¿saben qué quiero transmitir cuando hablo del Che? Que son posibles, las utopías son posibles".

SEBASTIAN SANCHI - EDUARDO BEJUK



Nota publicada en el Diario Olé 17/jun/08: http://www.ole.clarin.com/notas/2008/06/17/informaciongeneral/01695531.html

...

Después de todo, la verdadera proeza es realizar la conquista con medios dignos, es decir, no bajando el arte hasta el nivel del público, sino elevando al público hasta el nivel del arte.
Mario Benedetti

Las palabras no se parecen a lo que nombran: viajar no es viajar y nada más

‘Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo reconocerme en nada ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propio sonido. Entonces no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no quiero, ni quiero tener, nombre ninguno: entonces pierdo las ganas de llamarme y ser llamado.’ Las Pálidas, Eduardo Galeano, de El Libro de los Abrazos. Y Juan Desouza se va, o quizás leyó a Galeano y se fue. El asunto es que a veces uno tarda en darse cuenta de que estamos de paso. Y se produce el sufrimiento de una experiencia humana inevitable: el paso del tiempo y las transformaciones que provoca en el cuerpo (y en el alma).

Y viajar, viajar nos permite lo contrario quizás, detener nuestro tiempo, darle paso a otro lugar y otro tiempo, para luego volver al tiempo de uno y volver a ser uno y no otro en otro lugar y otro tiempo (¿me explico?). Porque el viaje lo cambia a uno, lo lleva a un movimiento interior que va mucho más allá del movimiento físico. Y ahí es cuando uno emprende la vuelta, volver para redescubrir nuestro contacto con la vida. El viaje nos deja escapar, escapar de uno mismo y hasta de los demás. “El viaje es transferencia: el cuerpo deviene algo que era o que ya no es, por un lado nos guía de regreso a nosotros mismos, por otro nos ayuda a surgir hacia fuera. Los cambios externos, y con ellos, la profundidad. En este sentido, la cáscara es también el corazón.”, relata Charles Grivel en Travel Writing.

Juan Desouza viaja dos veces en un mismo tiempo. Es un abogado de 46 años que se entera de que su esposa está embarazada. Tras ocuparse como todas las noches, de cuidar y bañar a su padre postrado, emprende una de sus habituales visitas profesionales al interior del país, en este caso a la ciudad entrerriana de Victoria. Sin embargo, a partir de la muerte de un pasajero del micro en el que él viajaba, y en medio de una sensación de gran confusión interna que lo obliga a tomar otra perspectiva de su vida, el protagonista decide hacerse pasar por otro (y después por otros) y no regresar a Buenos Aires por un tiempo. En las desoladas calles de la ciudad, Juan recupera los instintos vitales primarios, se conecta con la naturaleza, sufre el miedo de sentirse perdido en la noche y tiene un apasionado encuentro con una mujer del lugar. Y todo porque en este caso, les cuento de Juan, pero las cosas que pueden suceder en un viaje, las cosas que nos pueden cambiar en un viaje, son muchas. Cada viaje va direccionado por los ojos y los pies de quien lo mira y lo camina. Y nadie más. La experiencia del viaje es más interior que exterior. El viaje es una experiencia individual, desde los ojos que eligen mirarlo. En el viaje uno se puede dar el lujo de experimentar lo que le sucede liberado de su identidad, como hizo Juan. Aunque ser otro, viajar, no nos libera del paso del tiempo, ni de sus manifestaciones en el cuerpo y en el alma, ni de nuestras obligaciones, ni de la rutina de todos los días, ni a Juan de tomar conciencia de su padre que se está despidiendo, ni de su hijo que está por venir. Viajar nos deja tomarnos una suerte de descanso de nuestro propio ser y animarnos a jugar con la posibilidad de que uno no es sólo uno, uno también es el lugar de uno. Tomar un identidad prestada, jugar durante un tiempo a que somos otras personas, en un lugar desconocido, con gente que no nos conoce y que tampoco conocemos, caminando por calles que no sabemos hacia donde nos llevan, pero igualmente dejando que nos lleven. Así podemos olvidarnos un poco de nosotros, y desde el lugar del otro ponernos en contacto con lo que nos pasa en nuestro interior. Quizás no serían las palabras justas “transformarse en otra persona”, sino preservarse detrás del anonimato, y aprovechar esa suerte de tiempo detenido que paradójicamente nos permite estar más cerca de uno mismo. Viajar es un estado de despego interno, correrse de la propia sombra.

“Y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato, que nunca había visto antes, oyendo el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos. No estaba asustado, simplemente era otra persona, un extraño…” esto le sucede tanto a Jack Kerovac-En el camino, como a Juan en un hotelucho de Victoria. “No conozco a nadie, nadie me espera, no sé qué hacer - ¿Qué voy a hacer mientras tanto? ¿Qué estoy haciendo en un lugar tan ajeno? ¿Quién me manda? ¿Cómo voy a hacer para enterarme de algo? – Ahora ya sé que de todas maneras, de alguna manera, todo termina por funcionar, pero igual me desespero en esas primeras horas en que algunos lugares parecen demasiado grandes, ajenos, inabarcables” cuenta Martín Caparrós en Larga Distancia. Al viajar y al sentirnos extraños, atravesamos diferentes estados de ánimo que nos dejan una forma especial, particular de percibir el mundo, o al menos el “mundito” que en ese momento vivenciamos, y de conocer la existencia y la conciencia del cuerpo y del tiempo durante el viaje.

En el viaje nos pasan muchas cosas, a veces intensas, otras no. Nos podrán decir que somos viajeros o caminantes, que no, que somos apáticos, que somos cómodos, que somos inquietos, que huimos del campo y de la ciudad, o que huimos del mundo y de la ciudad refugiados en el campo. Y podemos no ponernos de acuerdo. Seremos viajeros, o no, erráticos y errantes, inquietos o inquietantes, pero somos personas con diversas paranoias externas e internas, humanos antes, y por eso seres pasionales, que eligen viajar o no, o quedarse siempre en un lugar porque como dice Herman Melvilla en Moby Dick: “No figura en ningún mapa, los lugares verdaderos nunca están.” Y puede que no nos guste viajar, que nos moleste, lo dice Jorge Monteleone: ‘el mundo, hoy, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen’. Y hay momentos en que se hace difícil aceptarla, dejarla ver. Y ahí encuentro el problema de los viajes (o puede no ser un problema), o más que de los viajes, de los viajeros; al viajero le cuesta ver lo que somos desde el lugar del otro, desde otro lugar o desde ningún otro lugar. Porque como alguna vez dijo Dolina: “Las grandes distancias me enseñaron a ver mejor la esquina de mi casa”. Y yo aprendí que en vez de extrañarme por lo que es, extraño sentir lo que soy cuando estoy en ella, de verme en ese instante, en ese lugar, en esa esquina, mi esquina.

y acá estamos...

Cuando nacimos, todo comenzó a crecer en torno nuestro. Inventamos juegos y formas, ellas crecieron por sí mismas. Nos alegramos de nuestra fuerza. Cada uno fabricaba su pedazo con empeño. Juntamos los pedazos. Sucede que ahora construimos una gran pelota de soledad en el medio del living y no sabemos cómo moverla.
Carlos Emilio Del Guercio